Llegué salvaje a tu costa, con mi tempestad. Tú me mirabas llegar incrédulo y extasiado. No me esperabas. Contemplabas mi inexorable avance hacia ti sintiéndome profundamente y queriendo que viniese. Caí sobre tu cuerpo y tú me recibiste. Juntos por fin fundidos en la espuma. Fue sublime. Entré en tu mirada y en todos los resquicios de tu piel. Inunde tu alma adentrándome en la tierra donde jamás había llegado con toda mi fuerza y todo mi ser.
Pero de pronto el miedo nos venció. El mar se retiró y me arrastró consigo. Tú te quedaste en tierra con tu renuncia y tu resignación. Mi tristeza era tan inmensa que el mar se enfureció y golpeó la costa con violencia, como nunca lo había hecho. La angustia penetraba en mí, en el vacío que tu habías dejado, y la tempestad todo lo destrozaba.
Soy un ser terrible, me lamenté, cuánta destrucción he provocado, cuánta desolación. Mi dolor no cesaba y la furia de la tempestad continuaba profanando las frágiles fronteras que crea la raza humana.
Ahora el mar está en calma. La tierra, tu tierra, se ha quedado tranquila. Pero no confíes, mi amor, y retírate lo más lejos que puedas, porque la ola salvaje desea volver a encontrarte.
Julia Lasagabaster
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