lunes, 24 de marzo de 2014

Regalo del mar



Sobre la playa salvaje
Fotografía de madera
Soy un trozo de madera que un día el mar dejó en la playa. Los recuerdos de mi nacimiento, infancia y juventud son muy borrosos. Recuerdo más las sensaciones; entonces formaba parte de un todo. Estaba unido a la tierra y al cielo por la savia y la lluvia y al mar por la sal. Al final del verano el aroma del bosque era embriagador. Yo era un árbol.
Un día sentí que el mundo se partía. Dejé de notar el flujo de la tierra y el brote de las ramas y las hojas.
Sólo oía un bramido monótono y la oscuridad. ¿Qué era yo entonces? Aún no lo sé. Sólo supe que ya nada volvería a ser como antes, anclado siempre en el mismo sitio. Ahora iba de un lado a otro y no pertenecía a ningún lugar. Aprendí que se construían casas con madera, y bosques de casas, pero mi destino no era ese; me desecharon, me volvieron a partir. Mi destino era errar y errar hasta que un día, ya tan pequeño, tan cansado, tan solitario, el mar me entregó a la playa.
Después de horas abandonado en la arena, sentí que unas manos me alzaban y me transportaban a otro lugar. Aquellas manos me tocaban con los dedos y con algún instrumento desconocido. Me tallaban. Yo no sentía dolor, lo hacían con delicadeza; sentía una especie de cosquilleo y lo que había sido el principio de mi vida volvía de pronto a mi ser.
Cuando me sentí de nuevo transportado me invadió el temor, el miedo de perder esa ternura y empezar a vagar, otra vez sin destino. Pero no fue así. Las manos que tan bien conocía me entregaron a otras manos acogedoras. Y noté que yo las unía.
Ahora vivo en una habitación. Siento la caricia del sol y la música de la lluvia tras el cristal y unos ojos que muchas veces me miran. Cuando lo hacen, también oigo el mar.

Julia Lasagabaster

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