miércoles, 7 de mayo de 2014

El refugio

Escenario
Grabado al carborundo

Cuando vamos hacia la escuela oímos un sonido y luego un estruendo de motores que se acercan. Entonces vemos los aviones al fondo, en el cielo. Los vemos venir, plateados, cada vez más grandes. La gente empieza a correr, muchos salen corriendo de sus casas. Mi madre dice que hay que ir al refugio y mi padre, que ahora lleva siempre consigo los catalejos para mirar el cielo cuando vienen los aviones, dice: tranquila, son de los nuestros, no pasa nada.
Pero si pasa. El cielo se llena de aviones y el aire de estruendo, se oscurece, se vuelve gris y metálico, y yo siento una especie de emoción, de incertidumbre. De repente, veo caer objetos acelerados como rayos, se oyen silbidos. Todo empieza a explotar ante nosotros y sé que son bombas, casi no escucho los gritos con tanto retumbar. Mi madre está gritándome y yo huelo a polvo, ya sólo veo las bocas abiertas de la gente y los ojos enloquecidos. Alguien agarra fuerte mi mano y corremos entre las calles. Creo que vamos al refugio, como otras veces, pero esta vez es diferente, mi nariz está llena de humo y mi boca de sangre, y ya no siento si mis padres y mi hermano están ahí porque un trueno apaga el latir de mis pensamientos.
Despierto. El ruido ensordecedor continúa y a mi lado hay un cuerpo muerto. No quiero mirar, me levanto y empiezo a correr a lo largo de la calle pegada a las casas. Ya no se ve a nadie. Pero en el suelo hay cuerpos, escombros y sangre. Encuentro un portal abierto y entro sin pensar. En el rellano veo unas escaleras que suben y otras que bajan. Dudo un momento y elijo las que bajan. Rápidamente desciendo agarrada a la barandilla, tropezando a veces, oyendo cada vez más lejano el sonido de las bombas, cada vez más lejos hasta que se pierde por completo y me encuentro inmersa en un silencio absoluto, tan profundo que sólo percibo el sonido acelerado de mi respiración.
Sigo bajando y es como si el tiempo se hubiese detenido. Una atmósfera pesada me oprime y apenas hay luz para ver dónde piso, parece que las escaleras no acaban nunca, no sé cuánto he descendido ya, es raro. Cuando parece que estoy llegando a las entrañas de la tierra acaban. He llegado al fondo. Todo está muy oscuro.

Mi vista se aclaró poco a poco. Pude ver un largo pasillo levemente iluminado y al fondo, una luz anaranjada. Avancé hacia ella entre las sombras que ondulaban y parecían querer tocarme, cada vez más asustada, hasta llegar a la luz. Entonces, el silencio se convirtió en un murmullo. Oía el sonido de muchas voces juntas como una música acompasada y monótona. Entré. Las voces callaron. Me encontraba detrás de un escenario. Parecía un teatro. Dejé tras de mi el telón y di varios pasos, asombrada.
En el centro del escenario la figura de un hombre miraba hacia el patio de butacas.
El hombre, alto y esbelto, de pelo gris y gesto elegante, se dirigía al auditorio. Estaba de espaldas a mí. Yo no miraba a las personas que ocupaban el repleto patio de butacas y nadie me miraba. Todos miraban a ese hombre esperando, escuchando. El seguía dándome la espalda. No me oía ni me veía pero yo sabía que él sabía que yo estaba allí tras él, también esperando.
Sentí dentro de mi ser un profundo impacto, como si mi corazón hubiese escapado volando de mi cuerpo, como si mi cuerpo cayese en el vacío. Oí en mi cabeza el sonido de su voz, o más bien el sonido de sus pensamientos mezclándose con los míos. Su mente quería darme paz pero yo sentía miedo, miedo de que esa paz se apoderase de mí, de que él se apoderase de mí. Me dijo: No temas, ahora voy a darme la vuelta.
Mi corazón latía tan fuerte y tan rápido que pensé que me desmayaría.

 Entonces se dio la vuelta y pude ver su rostro; al principio me llené de horror. Un lado de su cara estaba totalmente destrozado y cubierto de sangre, pero sus ojos se clavaron en los míos llamándome, y no pude evitar ir. Cuando estuve a su lado, temblando, y me cogió la mano, sentí que un estremecimiento de repulsión me atravesaba. Pero su dulce mirada, sus ojos limpios del color de la arena mojada, me atrajeron con su fuerza magnética y me hicieron sentir de pronto a salvo en ese lugar. Hablamos con el pensamiento: ¿Qué es este lugar? ¿Quién eres? ¿Qué te ha sucedido? ¿Qué espera toda esta gente? ¿Qué tienes que decirles?. Ahora lo vas a comprender, respondió. Yo estoy aquí solamente por ti. Todas las personas que nos acompañan tienen su guía. Míralas.
Volví la vista hacia el patio de butacas y fue escalofriante. No me había dado cuenta de que todas y cada una de las personas que estaban allí tenían una deformidad, una herida, horribles cicatrices. Sin embargo, todos se mantenían serenos, en calma. De pronto también me veían y me acogían con ellos en aquel lugar, como si yo también formase parte de su hermandad.
Me refugié de nuevo en aquella mirada llena de amor y compasión, y entonces comprendí.
El temblor me abandonó. Ya no sentía miedo. La paz se había apoderado de mí. Sólo tenía una inquietud. ¿Vienes conmigo?, le pregunté. Él sonrió. Ni yo sé adónde vamos ahora, dijo. Sólo sé que estoy destinado a amarte en otra vida.

Julia Lasagabaster




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