lunes, 18 de agosto de 2014

Casa de muñecas

Nora
Dibujo a lápiz
Julia Lasagabaster

Esta es la mirada de Nora. La mirada limpia, ingenua y a la vez sabia, interrogativa, de una niña. La mirada que muchas mujeres quieren conservar hasta el final. Esperando, creyendo.
Leí hace unos años "Casa de muñecas", el drama más famoso de Ibsen, y me fascinó el personaje de Nora. Una protagonista femenina, nada habitual, que creó problemas a su autor para poder representar la obra en su época, 1879. Costaba interpretar el papel de esta mujer que se sale de madre e incluso una actriz llegó a negarse a hacerlo si el dramaturgo noruego no cambiaba el final del último acto: el portazo de Nora, su rebelión; salir y cerrar la puerta y abandonarlo todo porque no podía seguir viviendo en la hipocresía después de haber sido asolada su íntima confianza, después de que el marido amante que le cuidaba y protegía en su casita de muñecas le traiciona por defender las normas y convenciones sociales antes que a ella.
Comprendo la decepción de Nora. Comprendo que su decisión hiciera sangrar a los estrechos de mente de siglos pasados, incluso a los estrechos de mente de ahora. Dejar de ser la muñequita de nadie que se tiene que comportar como se espera, no con independencia, ni con autenticidad, ni siquiera por amor.
Pero tú, Nora, hiciste lo que te dijo tu verdadero sentimiento interior. Para vivir tu propia vida y conservar siempre esa limpia mirada. 

Julia Lasagabaster


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